"Su caso es terminal; sólo es cuestión de días, tal vez unas pocas semanas" – le había dicho el medico.
Su
resignación tardó en llegar, pero finalmente lo hizo y se convirtió en
rutina, al igual que su trabajo como cartero. Los dolores del cuerpo,
cada vez más fuertes, le recordaban su pronto retiro.
Se
acomodó en su sillón favorito para ejercitar la sana, familiar e
inofensiva costumbre de mirar televisión, apoyó los pies sobre el viejo
taburete y, con el control remoto en su mano, comenzó una carrera
frenética en la pantalla televisiva buscando alguna película que lo
distrajese, al menos por un breve lapso, de la tortura diaria de
soportar su asfixiante soledad.
Se
detuvo en el canal 27, no porque la escena lo atrapara, pues la
película estaba empezada, pero sí por su música. Era orquestada, con
acordes que denotaban suspenso. En la pantalla, una sombra se recortaba
contra los muros gastados del edificio. Su andar era pausado pero firme,
aquella figura siniestra era el condimento ideal para esa música que
crecía en intensidad; sus acordes inspiraban miedo y nerviosismo. De
pronto, al cruzar un callejón iluminado, ese diabólico ser dejó ver su
rostro. Fue un solo instante que bastó para que el hombre se
sobresaltara de terror. Sin duda, la escena lo había atrapado...
Se sintió inquieto, con un cosquilleo interno que le provocó un escalofrío breve y molesto...
Aplastó
con fuerza su espalda en el sillón, como si quisiera introducirse
dentro de él buscando protección, bajó los pies del taburete lamentando
no haber visto la película desde el inicio y observó inquieto como
aquella criatura de espanto se introducía por un oscuro pasillo hasta
llegar al pie de una escalera en forma de caracol.
Nada hacía prever el desenlace. ¿Que oscuro propósito perseguía aquél ser abominable?
Su
ascenso era acompañado por estruendosos golpes de tambor. Un escalón...
dos... quince, primer descanso; Un escalón más... dos... (el sonido del
tambor lastima los oídos) quince... segundo descanso... La música hace
un giro violento. Es, sin duda, aterradora. La figura se interna por el
corredor en busca del último cuarto. En su trayecto extrae un cordel de
un bolsillo interno y lo sostiene de uno de sus extremos. En la pared
débilmente iluminada, se ve claramente como camina aquél elemento al
compás de su andar. De pronto, música y figura se detienen. El silencio
invade la escena y la habitación; su pulso se acelera, ansía el final,
no soporta un minuto más de suspenso...
¿Y ahora qué? — Se preguntó —.
En
un acto inesperado, aquél malévolo ser arremetió contra la puerta con
una solitaria pero destructiva patada. La madera cedió. La música
acrecentó su intensidad hasta lo intolerable. El hombre estaba absorto,
lleno de pánico, observando, a través de la hipnotizadora pantalla, cómo
la figura entraba en la habitación. Ahora son las dos manos las que
sostienen tensamente el cordel asesino... La trama se aclara y el
desenlace es obvio y quizá, hasta previsto... La cámara que todo lo
capta se ubica por detrás del asesino, permitiendo observar que en el
otro extremo, ajeno a cuanto acontece, de espaldas al intruso, se
encuentra un hombre sentado en un sillón ejercitando la sana, familiar e
inofensiva costumbre de mirar televisión... con los pies encima de un
viejo taburete...
... y el control en la mano.